Hay muchas maneras de perder una final aun siendo superado por el rival, pero ninguna despertará tanta vergüenza como la que sucedió en San Juan ante Colón. Racing caminó la cancha en el estadio del Bicentenario y eso es imposible de digerir. Pero sería también injusto desconocer que este equipo llegó a la final sin más atributos que sostener el cero y depender de alguna corrida de sus delanteros. Creer que un par de partidos aceptables o buenos son suficientes es tapar el sol con la mano.
En todo el semestre fue difícil ver a jugar a Racing. El equipo nunca tuvo atributos colectivos suficientes para descifrar a que juega. Apenas una racha de partidos sobre el final invitaron a creer que se estaba encaminando algo. Desde la solidez defensiva comenzó perfilar un once titular y los resultados lo empujaron hacia la etapa de definición. Pero jamás tomó ese combustible para crecer colectivamente. Pareció aferrarse a esa idea de apostar al cero y estirar los partidos.
Claro que tuvo méritos para llegar a la final de la Copa de la Liga. Pero fue cada vez que tuvo el agua al cuello. Como si precisara aflorar su instinto de supervivencia, tomó impulso ante Colón y San Lorenzo en fase regular para seguir con vida. Después se acomodó al libreto ante Vélez y Boca para asumirse inferior y jugar como mejor le quedaba. En Liniers tuvo algo más de audacia que ante el Xeneize pero terminó por apostar a las manos de Arias en los penales.
Ante Colón jamás pareció comprender el momento ni el lugar que estaba atravesando. Una final no puede jugarse nunca como lo hizo Racing. El equipo de Pizzi caminó el partido. Desde el arranque se notaron las posturas de uno y otro. Y si bien fueron desarrollos distintos, la Academia dio pena otra vez en una final como ante River. En Santiago del Estero por la Supercopa Argentina fue también una derrota dolorosa que deja heridas difíciles de sanar. El paliativo es la clasificación a los octavos de final de la Copa Libertadores y encima por delante del candidato San Pablo.
Pero todos esos asuntos postergados por los resultados se derrumban ante derrotas tan categóricas. Una final en la que los jugadores de Racing parecieron paralizados. Un entrenador que repitió el equipo como si todos los partidos fueran iguales. Casi como esperando que transcurrieran los 90 minutos y el alargue de ser necesario. Sin ideas y con la dependencia absoluta de alguna corrida de Chancalay o Copettti. Uno intentó, el otro se perdió en esa imagen de lucha y entrega que para un delantero no alcanza. Sirvió para meterse en el equipo pero no le sirve a él.
Este ciclo no tuvo partidos descollantes pero si algunos para destacar por contexto, momento de la competición o calidad en su desarrollo: San Pablo en Avellaneda, Sporting Cristal en Perú, San Lorenzo y no más. Tres en 25 presentaciones. Algunos destacaran los siete partidos con la valla invicta y está bien. Esa es una parte del juego. Pero se olvidó de la otra. Quedó a merced de voluntades sueltas en el campo o la experiencia de futbolistas que ya no están para más de 60/0 minutos: Piatti o Cvitanich.
Racing dejó pasar otra oportunidad de sumar una estrella. Pero la forma en la que lo hizo derrumba lo poco bueno que se había conseguido. Claro que hay méritos en un equipo finalista porque por algo se llegó hasta allí. Pero perder así, sin patear al arco ni entender el momento es vergonzoso. No hay que tener miedo de ponerle el rótulo a esta derrota en la final: un papelón.
O reaccionan rápido y buscan soluciones urgentes en la pretemporada para que el funcionamiento aparezca o lo que viene dependerá otra vez de la lotería de los penales o los momentos individuales.
PD: No están exentos los dirigentes, pero será material de análisis en otro momento.
Paolo Cella
@EspeRacinguista
@Paolo_Cella
El ciclo de Juan Antonio Pizzi a tomado un curso impensado hasta hace un mes atrás. De aquella imagen viral tras las rejas del vestuario en Sarandí a esta clasificación anticipada a los octavos de final de la Copa Libertadores. En el medio todas las operaciones posibles para desgastarlo y parte de su responsabilidad en la gestión del equipo. Los resultados acomodaron las cosas y quizás le permitan seguir creciendo, pero no hay que olvidar el turbulento viaje que sufrió Racing. Los humores extremos no pueden moldear la forma de un equipo de fútbol. Aún quedan asuntos por resolver y culpas que asumir, sobre todo de quienes conducen el club.